Vicente Antonio Vásquez Bonilla
***
Claudio camina por el parque y en una de las bancas ve a una bella señorita que lee un libro. Al pasar cerca de ella, la mira y se sorprende; su rostro le parece conocido. ¡No puede ser! —se dice—. Las facciones que están impresas en su memoria pertenecen a un pasado remoto, a un pretérito de más de veinte años y la joven aparenta, precisamente, veinte años.
Fascinado por el parecido, se sienta en la misma banca, abre su periódico y simula leer, pero sus miradas furtivas reposan en ella, quien sin darse por enterada continúa sumergida en la lectura.
Debido al asombroso parecido que tiene con la persona que recuerda, se anima y le habla.
—Disculpe, señorita. Por casualidad, ¿su nombre, es Amalfi?
La chica lo vuelve a ver y a su vez lo interroga.
—¿Acaso nos conocemos?
—No. Pero se parece a una persona que conocí años atrás y que llevaba ese nombre.
—Posiblemente se refiera a mi madre. Ella me heredó su nombre.
Y también su rostro, se dice Claudio y se queda callado, pensativo, como hurgando en sus recuerdos.
—Entonces usted tiene veinte años y nació un 14 de Mayo.
—Así es, ¿cómo lo sabe?
—Me disculpa un momento, voy a llamar a mi hijo y le contaré.
Claudio se levanta y parte a buscar a su retoño y Amalfi intrigada, se queda viendo como el desconocido camina entre los arriates y observa a su alrededor.
**
Caminas por los senderos del parque en busca de Rodrigo, tu hijo; mientras tanto de tu mente van brotando los recuerdos.
Hace veinte años nació tu primogénito y corriste a verlo por primera vez a través del vidrio que separaba a la sala cuna, del pasillo en donde los padres iban a conocer a sus hijos recién nacidos. Allí estuviste tú, contemplando a tu bebé, quién dormía apaciblemente. Embelesado como estabas, a tu alrededor el mundo había desaparecido, sólo existían el niño y tú. De repente, una voz te sacó de tu ensimismamiento.
—Profesor, qué gusto encontrarle. ¿Qué hace aquí?
Volviste a ver. Era tu ex vecino, a quién no habías visto en los últimos seis o siete meses y con una sonrisa de satisfacción le contestaste.
—Conociendo a mi hijo, es el de la cuna número cinco. ¿Y usted?
Viste cómo tu ex vecino hinchaba el pecho y con orgullo te respondió.
—Yo también vengo a ver a mi hija, es la de la cuna vecina, la número seis.
—Qué casualidad —le contestaste—, ambos tenemos hijos del mismo día.
—Sí, feliz coincidencia. Tenemos que celebrarlo.
—¡Ya lo creo! ¿Y cómo está doña Amalfi? —le preguntaste—, ¿todo salió bien?
—Sí, gracias a Dios. ¿Y su esposa?
—Bien, fue un parto normal.
Ambos, él y tú, callaron y se entregaron a la contemplación de sus respectivos hijos
*
Encuentro a Rodrigo frente a una estatua, comiendo un helado.
—Rodrigo, ven —le digo.
Llega a mi lado y me pregunta.
—Papi, ¿quieres un helado?
—No, gracias —le respondo—, deseo presentarte a alguien.
Llegamos al lugar en donde está la joven, quién nos recibe con una sonrisa y supongo que con curiosidad se preguntará. ¿Quiénes serán estos desconocidos?
—Señorita Amalfi —le digo—, éste es mi hijo, Rodrigo nació el mismo día que usted, en el mismo hospital y fue su vecino de cuna.
—Mucho gusto. Yo soy Amalfi. Ahora sé por qué su papá conoce mi edad y el día de mi nacimiento. Lo que no me explico, es ¿cómo me reconoció?
—Fue fácil, es el vivo retrato de su madre.
El saludo de los dos jóvenes es cordial y de beso en las mejías. Creo que ambos se caen bien. Yo los veo charlar, como si fueran viejos conocidos. Se olvidan de mi presencia, me dejan al margen y opto por entregarme de manera alterna a hojear el periódico y a revivir recuerdos.
Después de, quizás, una hora, observo que la charla es muy animada, las bromas, las sonrisas y los gestos corresponden a la de dos personas que ponen en juego todos sus encantos para agradarse mutuamente. Temiendo, por experiencia, que ese momento mágico pudiera conducir a un enamoramiento, intervengo.
—Rodrigo, nos tenemos que ir. Acabo de recordar que tengo un compromiso ineludible, no me puedo demorar más.
Con pesar, vi como se despedían ambos chicos, estaban pasando un rato agradable, no se hubieran querido separar y seguir conociéndose.
Sin embargo, me llevo a Rodrigo, quien luce contrariado. Lo siento y lo comprendo, yo también fui joven, pero no puedo decirle aún, que Amalfi es su hermana.
Ay, algo de Thomas Mann en ese cuento. Lo sospecho. Abrazos.
ResponderEliminar