Vicente Antonio Vásquez Bonilla
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Quién me iba decir que yo, estando tan bien en el pueblo, sin penas y sin prisas; luego de la muerte de mi madre, me iba a venir a la ciudad, tras el anhelante sueño de mejorar de vida, sin saber de las carreras y de los peligros que aquí se viven y, para acabar de ajustar, a esta vecindad y, lo que es peor, de portero.
Claro, a todo hay que buscarle su lado bueno, de lo contrario, uno se amarga la vida. Y el lado bueno, es contemplar a las chavitas que salen para el colegio o al trabajo. Por ejemplo: la Lupe, la del apartamento cinco, que es un manjar para la vista.
Sí, la que usa una de esas blusas cutas que dejan el ombligo al aire. Presume de gran seriedad, pero yo me la he cachado; cuando viene el hijito de papá a traerla, dizque para llevarla a estudiar.
¡Qué la va llevar a estudiar!, sólo que el estudio sea de anatomía y con clases privadas, porque la universidad está hacia el norte y ellos parten hacia el sur.
No. No es que a mí me guste el chisme, pero uno de portero se da cuenta de muchas cosas; quién sale o entra y a qué horas y en qué estado. Por ejemplo: ahí está el licenciado García. Todos los días antes de llegar a su vivienda, se detiene en Bacolandia, la cantina de la esquina, y se empina sus buenos capirulazos, y ya entonado, se viene; no sé si se los toma para agarrar valor para enfrentarse a su mujer o para aligerar el peso de los cuernos.
Así es, la mujercita le quema el pan. Cómo si no lo supiera yo, que la veo, que cuando él se va para el bufete, la santita de la esposa sale de su apartamento y religiosamente se mete en la vivienda de Augusto.
Sí, el desempleado.
Ese mismo, el del quince, quien ni trabajo busca, hasta creo que ella lo mantiene. Pues sí, sino, dígame ¿cómo hace para tener al día el pago del apartamento? Y para comer, ¿qué?
Si, te lo puedo jurar, ya ni siquiera se toma la molestia de buscar chamba. Así cualquiera, ¿no?
Y mirá, allí en la esquina está ese par de buenos para nada, el tal Isidro y el arrastrado de Carlos. Sí, ése vive aquí. Dichosotes. Cómo los envidio, van para el estadio; y yo, que soñaba con ver el partido, ni moverme de aquí puedo y no tengo ni tele.
¡Pinche vida!
***
—Mirá, ese que ves ahí junto a la puerta, es el portero que te digo. Es un metiche que se pasa la vida espiando a la gente.
—Bueno, digamos que está en una situación privilegiada para enterarse de muchas cosas.
—Así es, pero ya le ha causado problemas a varias personas por metiche y lengüilarga.
—En esos puestos, digo yo, debieran colocar a personas discretas. Son puestos de responsabilidad.
Ese era el dialogo que, en la esquina cercana, sostenían los dos amigos: Carlos, quien vive en esa casa de vecindad e Isidro, su compañero de trabajo, mientras fumaban un cigarrillo, en espera de la llegada de Arturo, a quien el portero llamaba: el hijito de papá, para ir al estadio a presenciar el encuentro de fútbol, que esa noche sostendrán las selecciones de Costa Rica y Guatemala.
Ambos amigos han apostado a la Sele de Guatemala, pues cultivan el anhelado sueño de que gane el encuentro y que además, ese miércoles 16 de Octubre de 1996, la representación de Guatemala pase victoriosamente a figurar en los anales deportivos del país, al derrotar a su histórico archirrival y de paso, que Guatemala tenga por primara vez la oportunidad de asistir a un Mundial de Fútbol: Francia 1998. Apostaron con la esperanza de ganarse, de forma fácil, algunos centavos que les servirían para costearse las soñadas vacaciones laborales que se avecinan.
Isidro da una larga chupada a su cigarro, mientras sueña con que le gustaría tener el trabajo de portero; cree que es una ocupación tranquila, en donde se puede haraganear a gusto y distraerse observando a las personas que pasan frente a su puerta y no el pesado trabajo que posee actualmente en la fábrica, en donde tiene que lidiar con una carretada de trabajadores güevones y encima soportar a un patrón exigente y mal hablado.
Sobre la avenida aparece el coche de Arturo y se dirige a la esquina en donde lo esperan sus dos amigos. Es una tarde que se acerca al ocaso, clara y tranquila; apropiada para ir al estadio y presenciar ese partido de fútbol que tantas expectativas ha despertado entre los parciales de los dos equipos contendientes.
—Hola muchá –dice el recién llegado, mientras da una mirada hacia la puerta de la vecindad, por donde suele salir Lupita, su novia, y piensa: «hoy mi amor, está en la universidad, pero mañana vengo por ella y nos damos nuestra rica escapadita»—, ¿están listos para el partidazo?
—Clarinero, hermano –dice Carlos, dándole una mirada de disimulada envidia, por el carro que conduce; aunque él acaricia el sueño de algún día tener uno igual o mejor que ése, y por supuesto, por las fichas que se imagina que también posee, al mismo tiempo que sube al coche—, hace rato que te esperábamos, si no nos damos prisa, llegaremos cuando ya el partido haya empezado.
—Aún es temprano, muchá. No se preocupen.
**
Después de que tus amigos han subido al vehículo, tomas rumbo hacia el estadio, vas tranquilo, pues tú no le apostaste a ninguno de los contendientes, aunque claro, como chapín, tienes preferencia por tu selección.
No tienes necesidad de apostar para agenciarte de centavos, vas por la pura diversión y porque te conviene tener a Carlos de amigo; él le lleva recados a Lupe, sin que se den cuenta sus padres y en algunas ocasiones, hasta les ha solicitado permiso para llevarla al cine, y al salir del vecindario la ha dejado en tus manos. Crees que es buena onda y que tienes que tenerlo contento. Los padres de Lupe no te tragan y no te confiarían ni al chucho, menos a la muchacha. Bueno, para ti mejor, no quieres compromisos de ninguna clase, sólo pasar el rato y sacarle raja a los encuentros amorosos. Después de todo, ella también los disfruta, te justificas, y dejas a tu conciencia tranquila.
—¿Vas a salir de viaje para las vacaciones –te dice Isidro, quien te saca de tus pensamientos—, o te piensas quedar en la ciudad?
—Me quedo en la ciudad —le respondes con una sonrisa—, tengo cosas que hacer aquí.
—Seguro que sí –interviene Carlos y te ve con malicia—, te quedás a cuidar la milpa, ¿verdad?
—Sí. Así es —dices de palabra, pero piensas que no es para tanto el amor que sientes por Lupe, para andar cuidándole sus huesitos.
Consultas tu reloj y al ver la hora, aunque aún es temprano, aceleras, tratas de llegar a tiempo para buscar un sitio cercano para estacionarte, un buen lugar dentro del estadio y presenciar el inicio de los actos protocolarios, previos al partido.
Después de acomodar el vehículo, acción que te llevó más del tiempo previsto para encontrar el espacio libre para aparcar, debido a la gran afluencia de automotores, llegas con tus amigos, al estadio “Mateo Flores” y tras hacer una larga y tediosa cola, ingresan al ala General Sur.
Debido a que el estadio fue construido en una hondonada, la puerta de acceso da a la parte superior del graderío. Con sorpresa, la encuentran abarrota de hinchas.
—Púchica, muchá —les dices a tus amigos—. Esta babosada está llena, no hay ni dónde sentarse.
—Sí —te responde Carlos—. Y ya viste la gran cola que hay afuera. Estos desgraciados vendieron entradas de más.
—O las falsificaron —agregó, Isidro—, o las dos cosas.
—Pues no hay más remedio que quedarnos al paraguay aquí atrás —les dices, mientras piensas: «con ganas me hubiera quedado en casa, viendo el partido por la Tele y no venir a sufrir»—. ¿No creen?
—Simón —te responde, Carlos—. No hay de otra.
Tus amigos y tú, molestos por la situación, se quedan callados, a la espera del inicio de las acciones programadas. Ya pasan de las siete de la noche. A tu alrededor se continúa aglomerando la gente que con dificultad va entrando al máximo templo del fútbol del país; y muchos más pugnan por entrar. A cada momento se te hace más insoportable la situación, ya las personas que se encuentran paradas, hacen esfuerzos para sostenerse de pie, ante la creciente presión que ejercen los que continúan ingresando en donde ya no caben más.
Ante el problema, los porteros hacen esfuerzos sobrehumanos para cerrar la puerta del ala Sur. Tú, sigues pensando, «última vez que vengo al Estadio, esto no se hizo para mí», mientras te sientes apretujado por las personas que te rodean «o en todo caso, entro a preferencia».
De repente, a tus espaldas, oyes un ruido inesperado. La puerta de acceso ha cedido ante el empuje de los innumerables fanáticos que luchan por ingresar a “general” y una avalancha incontrolable de personas irrumpen con ímpetu, haciendo caer a varios del público, los que están de pie y al inicio de la parte superior de las gradas, empiezan a rodar sobre los aficionados que se encuentran sentados.
Es como si un río se hubiera desbordado y arrastrara todo a su paso, en medio de gritos de dolor, producidos por las heridas y los huesos rotos de las desafortunadas víctimas, sólo acallados por la asfixia y la acción de la guadaña de la fatídica Parca que, ese día, nadie esperaba que estuviera en ese lugar, pero aprovechando las aglomeraciones, logró colarse para recoger su execrable cosecha.
Mientras tanto, por la puerta caída, ajenos a la tragedia que se está gestando, siguen entrando fanáticos del balompié, empujados a su vez, por los que vienen más atrás y el caos es mayor e incontrolable.
Carlos e Isidro, pasarán de inmediato a formar parte de la fatídica estadística final de ochenta y tres fallecidos e innumerables lesionados, que incluye a mujeres y niños, y ambos mueren aplastados en los graderíos.
Ahí mismo, terminan untados por los suelos, los sueños de muchos y se levantan como fantasmas, las pesadillas del sufrimientos para atormentar a los deudos y también para los sobrevientas en estado de gravedad.
Y tú, como roca que se desprende en un alud, pasas dando tumbos sobre las cabezas de muchas personas, quienes por medio de reacciones defensivas, guiadas por el instinto de conservación, te rechazan con violencia, dándole mayor aceleración a tu rodar y así, casi sin tocarla, pasas sobre la malla caída, que minutos antes, separaba la parte inferior del graderío, del campo de juego y por el impulso ganado vas a parar hasta el inicio de la gramilla de la cancha.
Antes de morir, todavía logras ver con sorpresa, que el Presidente del País, Álvaro Arzú, con el semblante descompuesto, corre hacia ti y trata de auxiliarte. Ante esa inesperada e ilógica visión, te tranquilizas, crees estar en medio de un sueño en donde representas a un personaje del realismo mágico, y sin comprender y aceptar la triste situación, esbozas una sonrisa y te vas tranquilo.