martes, 16 de junio de 2015

EL CERTAMEN LITERARIO

Vicente Antonio Vásquez Bonilla

El escritor se presentó al concurso mundial de microficción con el cuento: Asombro, cuyo texto completo era:
¡Oh!
¡Y ganó!

Cuando el jurado internacional, formado por literatos de renombre dentro del universo de las letras, dio a conocer el resultado, una cortina de incredulidad cubrió al mundo intelectual.
Muchos académicos exigían explicaciones.
El presidente del jurado pidió calma y procedió a exponer las razones que los llevaron a tomar la colegiada decisión.
—Cuando abrimos el folder que presentó el concursante al certamen de microcuentos, encontramos un solo folio que mostraba el título, el seudónimo del autor y, a continuación, en el centro, una sola palabra: ¡Oh!  Nos vimos con sorpresa e incredulidad.
»Al principio pensamos que se podría tratar de una broma de mal gusto que reñía con la seriedad del evento. Luego, por aquello del peligro de los juicios a priori, buscamos dentro del sobre en que venía el trabajo presentado, por si se habían quedado algunos papeles dentro de él, pero no encontramos nada.
»Le dimos vuelta al folio y tampoco había algo al reverso. Inclusive, recordando a artistas que han escrito extensos textos en la cabeza de un alfiler y aunque parezca broma, tomamos una potente lupa y buscamos en los cuatro cantos de la hoja de papel, con resultados negativos.
»Íbamos a tirar la hoja a la basura, cuando pensamos que no podía ser que el escritor que acudía a un concurso de tanto prestigio se burlara de nosotros y que debía de haber algo más, que de momento escapaba a nuestra comprensión; así que analizamos el texto.
»Después de largos debates, llegamos la conclusión de que se trataba de un cuento de contenido implícito, con inicio abierto y con final abierto y de ser factible, si se deseaba, hasta con un posible desarrollo abierto, aunque en ese caso dejaba de ser un microtexto. Algo que no se había hecho antes. Algo que un valiente escritor y libre de complejos, se atrevía a plantear y que de paso estaba señalando un nuevo camino dentro del mundo de la literatura y que podría llegar a formar escuela.
»Las posibilidades estaban allí, a la vista, para la libre interpretación de los lectores, cada uno de ellos podría, en su mente, imaginar las acciones previas que dieron motivos para ese expresivo ¡Oh!, y luego seguir con el final abierto, hasta donde se quisiera, sujeto a mil y una interpretaciones. O sea que el autor de Asombro, con inteligencia, hace participar al lector de la actividad creadora y estimula su imaginación lúdica, dramática… según su experiencia de vida o fantasía.
»Al descubrir esa riqueza de caminos a seguir y el alcance del escritor para buscar la complicidad creativa del lector, aunada a su asombrosa capacidad de síntesis, nos llevó a darle, por unanimidad, el premio.
Ante la explicación del docto jurado, el mundo intelectual maravillado por la profundidad del genial y valiente autor, aceptó el veredicto sin ninguna muestra de desagrado y es más, la alabó.
Dado el resultado del acontecimiento y la aceptación general del mundo intelectual, el microcuento vino a ser como el detonante para que surgieran múltiples ensayos, tratados y tesis doctorales, analizándose en cada uno de esos trabajos, las consideraciones planteadas por los miembros del tribunal calificador, que de paso, vale decir,  alcanzaron fama internacional, en donde se señalaban las posibilidades infinitas a que daba lugar el laureado cuento.
Aún hoy, siguen corriendo ríos de tinta, tratando de agotar los múltiples caminos que recorre la imaginación en todas las direcciones del antes y el después del ¡Oh! que virtualmente plantea el sesudo cuento.
Debido a la multiplicidad de lectores y del vasto universo de la imaginación, las prehistorias plasmadas por cada uno de ellos, vienen a ser como los rayos de luz provenientes de infinitas estrellas que llegan a converger al famoso punto: ¡Oh! Y luego, después de aprovechar esa maravilla de síntesis, salen con nuevos ímpetus para ingresar por la puerta del final abierto que presenta infinitas bifurcaciones que conducen al desenlace deseado por cada lector. Y como si fuera poco, el ¡Oh! que forma el total del cuerpo del microrrelato, si se desea, por no ser una camisa de fuerza que limite la imaginación creadora, podría pasar a ser el comodín de una historia central, en el que, como lanzadera, se puede desplazar a lo largo del nuevo cuerpo narrativo, ocupando uno o más de los movibles lugares dentro de una variable extensión, tal como se le pueda ocurrir al soñador lector.
Esa es la inimaginable riqueza a que da lugar ese milagroso microcuento.
No cabe duda que, ante tanta sabiduría literaria implícita, debe de haber sido Ganesha, el dios hindú de las letras y de la sabiduría, quién con su poder ilimitado, iluminó el intelecto del laureado escritor y guió al jurado por los caminos del culto dictamen.
 
Como anécdota, nunca falta alguien que presume de lector y es incapaz de tocar un libro. Así, en una reunión social, en donde se discutían temas literarios, escuchamos a una de estas personas a la que le preguntaron:
—¿Leíste el cuento que ganó el concurso del que hablamos?
Y el engreído, dándose aires de intelectual, respondió:
—Lo estoy leyendo, pero no lo he terminado.
Varias sonrisas burlonas rodearon a su respuesta y ni se dio por enterado.
Yo pensé, «éste, irá por el signo de admiración que abre el texto o ya avanzaría hasta la “O”», porque es sabido que algunas personas se toman su tiempo para leer y otras, aunque no viene al caso, para comprender lo leído.

Es del dominio público, que se haga lo que se haga, se diga lo que se diga, siempre habrá algún inconforme y en un concurso literario, con mayor razón. Los resentidos perdedores siempre dirán que su obra era mejor y que debería de haber ganado o que el concurso estaba arreglado y mil cosas más. Así que un fulanito sin mayor talento anda pregonando que su microcuento: Incógnita, cuyo texto era simplemente:
¿Y?
Era más corto que el premiado y que abría la misma gama de posibilidades que el del ganador y hasta podría haber llegado a ser considerado como el cuento más corto de la literatura.
Sin embargo, las bases del certamen rezaban que la decisión del jurado era inapelable y además, el docto cuerpo calificador, llegó a considerar que el enunciado: ¡Oh! de asombro, tenía mayor riqueza expresiva y peso que la simple supuesta curiosidad que planteaba: ¿Y?, lo que justificó su decisión.
El perdedor frustrado, agrega, que ya no podrá presentar su obra en otro concurso, porque ha dejado de ser inédita y como consuelo, añade, que nadie se la podrá plagiar, porque ya es hartamente conocido que él es el autor y que cuenta con los derechos legales y morales que le reconoce la ley de la materia.




lunes, 9 de febrero de 2015

SUEÑOS TRUNCADOS

Vicente Antonio Vásquez Bonilla

*

Quién me iba decir que yo, estando tan bien en el pueblo, sin penas y sin prisas; luego de la muerte de mi madre, me iba a venir a la ciudad, tras el anhelante sueño de mejorar de vida, sin saber de las carreras y de los peligros que aquí se viven y, para acabar de ajustar, a esta vecindad y, lo que es peor, de portero.

Claro, a todo hay que buscarle su lado bueno, de lo contrario, uno se amarga la vida. Y el lado bueno, es contemplar a las chavitas que salen para el colegio o al trabajo. Por ejemplo: la Lupe, la del apartamento cinco, que es un manjar para la vista. Sí, la que usa una de esas blusas cutas que dejan el ombligo al aire. Presume de gran seriedad, pero yo me la he cachado; cuando viene el hijito de papá a traerla, dizque para llevarla a estudiar.

¡Qué la va llevar a estudiar!, sólo que el estudio sea de anatomía y con clases privadas, porque la universidad está hacia el norte y ellos parten hacia el sur.

No. No es que a mí me guste el chisme, pero uno de portero se da cuenta de muchas cosas; quién sale o entra y a qué horas y en qué estado. Por ejemplo: ahí está el licenciado García. Todos los días antes de llegar a su vivienda, se detiene en Bacolandia, la cantina de la esquina, y se empina sus buenos capirulazos, y ya entonado, se viene; no sé si se los toma para agarrar valor para enfrentarse a su mujer o para aligerar el peso de los cuernos.

Así es, la mujercita le quema el pan. Cómo si no lo supiera yo, que la veo, que cuando él se va para el bufete, la santita de la esposa sale de su apartamento y religiosamente se mete en la vivienda de Augusto.

Sí, el desempleado.

Ese mismo, el del quince, quien ni trabajo busca, hasta creo que ella lo mantiene. Pues sí, sino, dígame ¿cómo hace para tener al día el pago del apartamento? Y para comer, ¿qué?

Si, te lo puedo jurar, ya ni siquiera se toma la molestia de buscar chamba. Así cualquiera, ¿no?

Y mirá, allí en la esquina está ese par de buenos para nada, el tal Isidro y el arrastrado de Carlos. Sí, ése vive aquí.

Dichosotes. Cómo los envidio, van para el estadio; y yo, que soñaba con ver el partido, ni moverme de aquí puedo y no tengo ni tele.

¡Pinche vida!

***

—Mirá, ese que ves ahí junto a la puerta, es el portero que te digo. Es un metiche que se pasa la vida espiando a la gente.

—Bueno, digamos que está en una situación privilegiada para enterarse de muchas cosas.

—Así es, pero ya le ha causado problemas a varias personas por metiche y lengüilarga.

—En esos puestos, digo yo, debieran colocar a personas discretas. Son puestos de responsabilidad.

Ese era el dialogo que, en la esquina cercana, sostenían los dos amigos: Carlos, quien vive en esa casa de vecindad e Isidro, su compañero de trabajo, mientras fumaban un cigarrillo, en espera de la llegada de Arturo, a quien el portero llamaba: el hijito de papá, para ir al estadio a presenciar el encuentro de fútbol, que esa noche sostendrán las selecciones de Costa Rica y Guatemala.

Ambos amigos han apostado a la Sele de Guatemala, pues cultivan el anhelado sueño de que gane el encuentro y que además, ese miércoles 16 de Octubre de 1996, la representación de Guatemala pase victoriosamente a figurar en los anales deportivos del país, al derrotar a su histórico archirrival y de paso, que Guatemala tenga por primara vez la oportunidad de asistir a un Mundial de Fútbol: Francia 1998. Apostaron con la esperanza de ganarse, de forma fácil, algunos centavos que les servirían para costearse las soñadas vacaciones laborales que se avecinan.

Isidro da una larga chupada a su cigarro, mientras sueña con que le gustaría tener el trabajo de portero; cree que es una ocupación tranquila, en donde se puede haraganear a gusto y distraerse observando a las personas que pasan frente a su puerta y no el pesado trabajo que posee actualmente en la fábrica, en donde tiene que lidiar con una carretada de trabajadores güevones y encima soportar a un patrón exigente y mal hablado.

Sobre la avenida aparece el coche de Arturo y se dirige a la esquina en donde lo esperan sus dos amigos. Es una tarde que se acerca al ocaso, clara y tranquila; apropiada para ir al estadio y presenciar ese partido de fútbol que tantas expectativas ha despertado entre los parciales de los dos equipos contendientes.

—Hola muchá –dice el recién llegado, mientras da una mirada hacia la puerta de la vecindad, por donde suele salir Lupita, su novia, y piensa: «hoy mi amor, está en la universidad, pero mañana vengo por ella y nos damos nuestra rica escapadita»—, ¿están listos para el partidazo?

—Clarinero, hermano –dice Carlos, dándole una mirada de disimulada envidia, por el carro que conduce; aunque él acaricia el sueño de algún día tener uno igual o mejor que ése, y por supuesto, por las fichas que se imagina que también posee, al mismo tiempo que sube al coche—, hace rato que te esperábamos, si no nos damos prisa, llegaremos cuando ya el partido haya empezado.

—Aún es temprano, muchá. No se preocupen.

**

Después de que tus amigos han subido al vehículo, tomas rumbo hacia el estadio, vas tranquilo, pues tú no le apostaste a ninguno de los contendientes, aunque claro, como chapín, tienes preferencia por tu selección.

No tienes necesidad de apostar para agenciarte de centavos, vas por la pura diversión y porque te conviene tener a Carlos de amigo; él le lleva recados a Lupe, sin que se den cuenta sus padres y en algunas ocasiones, hasta les ha solicitado permiso para llevarla al cine, y al salir del vecindario la ha dejado en tus manos. Crees que es buena onda y que tienes que tenerlo contento. Los padres de Lupe no te tragan y no te confiarían ni al chucho, menos a la muchacha. Bueno, para ti mejor, no quieres compromisos de ninguna clase, sólo pasar el rato y sacarle raja a los encuentros amorosos. Después de todo, ella también los disfruta, te justificas, y dejas a tu conciencia tranquila.

—¿Vas a salir de viaje para las vacaciones –te dice Isidro, quien te saca de tus pensamientos—, o te piensas quedar en la ciudad?

—Me quedo en la ciudad —le respondes con una sonrisa—, tengo cosas que hacer aquí.

—Seguro que sí –interviene Carlos y te ve con malicia—, te quedás a cuidar la milpa, ¿verdad?

—Sí. Así es —dices de palabra, pero piensas que no es para tanto el amor que sientes por Lupe, para andar cuidándole sus huesitos.

Consultas tu reloj y al ver la hora, aunque aún es temprano, aceleras, tratas de llegar a tiempo para buscar un sitio cercano para estacionarte, un buen lugar dentro del estadio y presenciar el inicio de los actos protocolarios, previos al partido.

Después de acomodar el vehículo, acción que te llevó más del tiempo previsto para encontrar el espacio libre para aparcar, debido a la gran afluencia de automotores, llegas con tus amigos, al estadio “Mateo Flores” y tras hacer una larga y tediosa cola, ingresan al ala General Sur.

Debido a que el estadio fue construido en una hondonada, la puerta de acceso da a la parte superior del graderío. Con sorpresa, la encuentran abarrota de hinchas.

—Púchica, muchá —les dices a tus amigos—. Esta babosada está llena, no hay ni dónde sentarse.

—Sí —te responde Carlos—. Y ya viste la gran cola que hay afuera. Estos desgraciados vendieron entradas de más.

—O las falsificaron —agregó, Isidro—, o las dos cosas.

—Pues no hay más remedio que quedarnos al paraguay aquí atrás —les dices, mientras piensas: «con ganas me hubiera quedado en casa, viendo el partido por la Tele y no venir a sufrir»—. ¿No creen?

—Simón —te responde, Carlos—. No hay de otra.

Tus amigos y tú, molestos por la situación, se quedan callados, a la espera del inicio de las acciones programadas. Ya pasan de las siete de la noche. A tu alrededor se continúa aglomerando la gente que con dificultad va entrando al máximo templo del fútbol del país; y muchos más pugnan por entrar. A cada momento se te hace más insoportable la situación, ya las personas que se encuentran paradas, hacen esfuerzos para sostenerse de pie, ante la creciente presión que ejercen los que continúan ingresando en donde ya no caben más.

Ante el problema, los porteros hacen esfuerzos sobrehumanos para cerrar la puerta del ala Sur. Tú, sigues pensando, «última vez que vengo al Estadio, esto no se hizo para mí», mientras te sientes apretujado por las personas que te rodean «o en todo caso, entro a preferencia».

De repente, a tus espaldas, oyes un ruido inesperado. La puerta de acceso ha cedido ante el empuje de los innumerables fanáticos que luchan por ingresar a “general” y una avalancha incontrolable de personas irrumpen con ímpetu, haciendo caer a varios del público, los que están de pie y al inicio de la parte superior de las gradas, empiezan a rodar sobre los aficionados que se encuentran sentados.

Es como si un río se hubiera desbordado y arrastrara todo a su paso, en medio de gritos de dolor, producidos por las heridas y los huesos rotos de las desafortunadas víctimas, sólo acallados por la asfixia y la acción de la guadaña de la fatídica Parca que, ese día, nadie esperaba que estuviera en ese lugar, pero aprovechando las aglomeraciones, logró colarse para recoger su execrable cosecha.

Mientras tanto, por la puerta caída, ajenos a la tragedia que se está gestando, siguen entrando fanáticos del balompié, empujados a su vez, por los que vienen más atrás y el caos es mayor e incontrolable.

Carlos e Isidro, pasarán de inmediato a formar parte de la fatídica estadística final de ochenta y tres fallecidos e innumerables lesionados, que incluye a mujeres y niños, y ambos mueren aplastados en los graderíos.

Ahí mismo, terminan untados por los suelos, los sueños de muchos y se levantan como fantasmas, las pesadillas del sufrimientos para atormentar a los deudos y también para los sobrevientas en estado de gravedad.

Y tú, como roca que se desprende en un alud, pasas dando tumbos sobre las cabezas de muchas personas, quienes por medio de reacciones defensivas, guiadas por el instinto de conservación, te rechazan con violencia, dándole mayor aceleración a tu rodar y así, casi sin tocarla, pasas sobre la malla caída, que minutos antes, separaba la parte inferior del graderío, del campo de juego y por el impulso ganado vas a parar hasta el inicio de la gramilla de la cancha.

Antes de morir, todavía logras ver con sorpresa, que el Presidente del País, Álvaro Arzú, con el semblante descompuesto, corre hacia ti y trata de auxiliarte. Ante esa inesperada e ilógica visión, te tranquilizas, crees estar en medio de un sueño en donde representas a un personaje del realismo mágico, y sin comprender y aceptar la triste situación, esbozas una sonrisa y te vas tranquilo.